“Tu cuerpo es un templo, pero solo si lo tratas como tal” — Astrid Alauda.
Durante años, mi cuerpo me hablaba y yo no sabía escucharlo. Me enviaba señales: cansancio extremo, dolores repentinos, insomnio… y yo, en lugar de detenerme, aceleraba más. Pensaba que descansar era perder tiempo, que comer rápido era eficiente, que ignorar un malestar era sinónimo de fortaleza.
Hasta que un día, mi cuerpo gritó tan fuerte que no pude seguir fingiendo que no lo escuchaba. El diagnóstico llegó como una alarma que me obligó a replantear todo. Aprendí que mi cuerpo no era mi enemigo ni una máquina que debía exprimir, sino un templo sagrado que sostiene mi vida y que merece cuidado, amor y gratitud.
Empecé por lo más básico: la alimentación. Dejé de comer por costumbre o por impulso, y comencé a elegir alimentos que nutrieran mis células y me dieran energía limpia. Reduje procesados, aumenté vegetales frescos, y descubrí que un jugo verde por la mañana podía ser más poderoso que un café en una noche de insomnio.
Luego, el descanso. Dejé de verlo como una recompensa y empecé a verlo como parte de mi autocuidado. Dormir bien no es lujo, es medicina. Empecé a acostarme más temprano, a apagar pantallas, a regalarme esos minutos de silencio antes de cerrar los ojos.
Hoy, honrar mi cuerpo es un ritual diario: lo escucho, lo atiendo y lo abrazo tal como está, incluso en sus días más frágiles. Porque cuando lo honro, él me responde con fuerza, equilibrio y gratitud.
Ejercicio práctico: Escaneo corporal en 5 minutos
- Busca un lugar tranquilo, siéntate o recuéstate.
- Cierra los ojos y lleva tu atención a tu respiración.
- Recorre mentalmente tu cuerpo desde la cabeza hasta los pies, observando sensaciones, tensiones o pulsaciones.
- No juzgues lo que sientas, simplemente nota y acepta.
- Al terminar, respira profundo tres veces y agradece mentalmente a tu cuerpo por sostenerte cada día.